No sólo se acabó la eliminatoria en Oporto; también las ganas. Los de Klopp hicieron el paripé y los de Conceiçao no disimularon su depresión. Hubo ocasiones, sí, pero por la falta de tensión, no por apetito. Sobraron goles en la ida, faltaron en la vuelta.
La declaración de Klopp fue un 'fifty-fifty': dejó a Salah en el banquillo y mantuvo a las otras dos púas del tridente. Aunque cuando metió al egipcio en el campo, ya no estaban los otros dos. Se lo podía permitir, obviamente.
Conceiçao acumuló hombres de ataque, aunque todos salieron sin pilas. En cualquier caso, es más achacable la mala actitud de la ida que los brazos bajados de Anfield, donde lo más emocionante fue el sentido minuto de silencio por Astori.
El Liverpool se metió en cuartos de final nueve años después, ahí tiene su premio. Le puso decoro para acumular alguna que otra ocasión, aunque sus disparos fueron más producto de jugar liberados que fruto de la pasión.
¿Adiós a Iker?
A falta de llegadas peligrosas, en el Oporto quedó el morbo de ver el, probablemente, último encuentro de Iker Casillas en la Champions, a no ser que el año que viene, ya lejos de Portugal, emprenda aventura en otro grande.
El meta de Aranjuez, si fue su despedida, dejó su parada para la última foto a dos minutos del final, privando a los 'reds' del triunfo. Ings conectó un buen cabezazo y su mano derecha se llenó de reflejos para mandar a córner. No tan plástica como la que salvó a su equipo ante el Sporting, pero con su lacre.
Sólo minutos antes, a Óliver Torres, que sigue desaparecido en esa madurez que no llega, se le abrió el cielo cuando el rebote de una falta le dio el gol en bandeja. La empujó, pero Lovren voló, coloso él, para abortar el tanto luso. Cuestión de honra y del dinero que también dan los empates en la competición.
El partido, con algún ramalazo reivindicativo de Alberto Moreno y Lallana, no pasará a la historia. Sí la clasificación de un Liverpool que llega al tramo caliente de la competición dispuesto a presentar batalla. Con un equipo aseado y un tridente temible.
Ante el Oporto en Anfield jugaron al despiste; su poder real lo habían demostrado en la ida.