El Quijote no existiría sin Sancho, ni Bonnie sin Clyde, ni siquiera Sherlock Holmes sin su queridísimo Watson. En el fútbol, la individualidad tampoco suele llevar a ninguna parte. Siempre hay alguien que lleva la voz cantante, un líder que marca las diferencias, un genio que porta la varita, el tarro de las esencias, pero que necesita apoyarse en otro para poder llegar a lo máximo.
Por mucho que se precie, Maradona no ganó solo el Mundial del 86. Messi, con todo lo que es y lo que ha logrado, encontró a dos escuderos inmejorables durante toda su carrera en el Barcelona. Xavi e Iniesta fueron pilares trascendentales en la ascensión del argentino a los altares del fútbol mundial. El propio Cristiano necesita de socios para ser lo que es, el mejor goleador que se haya visto en este deporte.
A partir de esa premisa, se entiende el sufrimiento de Messi en estos últimos tres años. El delantero azulgrana se ha ido quedando sin sus socios primigenios. Algunos, como el delantero, resulta intercambiable y son muchos los que han pasado por su lado. Pero los que se le dan, esos centrocampistas que le liberan y le dan el balón de la mejor forma posible, se han ido. Primero le abandonó Xavi y ahora se está apagando la llama de Iniesta. Juntos lo habían ganado todo, habían enamorado al mundo con su fútbol. Con el tridente prácticamente disuelto, la magia del '10' pierde potencial.
Sigue siendo el futbolista más decisivo del planeta, pero una Champions no se gana en solitario. Atlético, Juventus y Roma se lo han demostrado. Iniesta ya no está al nivel de antaño y Messi se resiente. Las caras tras la debacle de la 'Ciudad Eterna' eran poemas que reflejaban la tristeza de no encontrarse. De haber perdido eso que en ese mismo escenario, años atrás, les había llevado a tocar la gloria. El Barcelona no ha sabido recuperarle ese hábitat que plantó Guardiola y que llevó al club a los mejores éxitos de su historia. No hay más Xavis e Iniestas en el mundo, y tampoco se ha dado con la tecla a la hora de intentar encontrar algo parecido.
Ahora, con Iniesta meditando su adiós, la soledad de Leo será tal que el Barcelona está obligado a reinventarse. Valverde probó reforzando la seguridad defensiva, pero en el día clave falló. Se viene el Mundial y lo que este conllevará para el estado anímico de un Messi que sabe que llega a Rusia como el que va al examen de la última convocatoria de la única asignatura pendiente. No le va la carrera en ello, pero si mucho en el icónico prestigio que pretende tener en Argentina, ese país que quema ídolos para sólo alimentar a un dios en este deporte.
A sus 30 años, con Cristiano haciendo estragos a base de goles y títulos pese a los 33 que ya lleva a sus espaldas, Messi necesita reencontrarse con socios que alimenten su fútbol. Quizá sea uno de los retos más importantes de los próximos 10 o 20 años de la historia del Barcelona. Mantener a uno de los mejores futbolistas que se haya visto y no saber rodearlo es un pecado que la historia suele condenar.