Nunca una no parada en una tanda de penaltis fue tan famosa y tan importante. Habituadas a coronar anotadores infalibles como Panenka o especialistas en la portería, la final de la Copa de Europa de 1984 encumbraría a un guardameta que ni tan siquiera tocaría el esférico en los lanzamientos de los romanos, pero que iba a ser clave con sus mofas para los fallos a la postre decisivos de Conti y Graziani.
Era aquella final de la temporada 1983-84 una final un tanto atípica. Por un lado, el Liverpool, campeón ya en tres ediciones y que contaba con varios de los mejores jugadores del mundo -Rush, Dalglish, Souness...-, tenía el favoritismo de la historia. La Roma, un equipo con no demasiado recorrido internacional, contaba con el apoyo del público, pues jugaba en casa, y se había aprovechado de un sorteo bastante benévolo para colocarse en la final.
No era el italiano un equipo de retales. La Roma gozaba de un gran arquero, Tancredi, y tenía a varios de los mejores jugadores italianos del momento, como Bonetti, Pruzzo y, sobre todo, Conti y Graziani, recientes campeones del mundo en el Mundial de España. Además, en el centro del campo, los italianos presumían de una dupla brasileña de muchos quilates, la compuesta por Toninho Cerezo y Falcao.
Neal había puesto pronto en ventaja a los ingleses en los primeros compases del choque, pero Pruzzo había firmado la igualada antes del descanso. El duro partido, muy igualado, aún viviría una segunda mitad de emociones fuertes en la que no hubo goles y una prórroga que dejó todo como estaba.
Directo a la historia
La tanda de penaltis, con el Liverpool como primer lanzador, pronto dibujaría un favorito. Steve Nicol envió fuera su lanzamiento, Di Bartolomei transformó el suyo y la Roma, con el público a favor y en casa, tenía su primera Copa de Europa más que encarrilada.
Fue entonces cuando emergió la figura del díscolo guardameta del Liverpool Bruce Grobbelaar. Nacido en Sudáfrica y nacionalizado por Zimbabue, este arquero había tenido muchas dificultades para asentarse en el once de los 'reds' a su llegada en 1981, pero había tapado todas sus carencias a base de actuaciones regulares.
Consolidado en el equipo, sabía que ese era su momento. Caminó hacia la portería tras el lanzamiento exitoso de Neal y se dirigió directamente a la red para morderla, con un claro gesto de perturbación. Conti, lanzador de la Roma, pareció desconcentrarse por el 'show' y envió el lanzamiento por encima del larguero.
Souness igualó la tanda a continuación y Righetti, esta vez sin movimientos especiales de Grobbelaar, transformó el lanzamiento. Quedaban cuatro penaltis, dos por bando, e Ian Rush, gran estrella de los 'reds', no fallaría el suyo. Entonces Grobbelaar sabía que tenía que volver a hacer algo. Caminó hacia la portería y, sobre la línea, empezó a hacer un extraño movimiento de piernas que invitaba a pensar que no podía mantenerse en pie por el cansancio.
Aquellos gestos, autodenominados por Grobbelaar 'spaghetti legs' (piernas de espagueti), surtirían efecto, pues Graziani imitó a su compañero de selección Conti y también envió el lanzamiento al limbo. "Solo improvisé. Como estábamos en Italia, tenía que convertir mis piernas en espagueti. Incluso las redes parecían unos espaguetis, así que me las comí", explicaba después el portero africano.
Lejos de sus paradas en los más de 620 partidos que disputaría con el Liverpool, Grobbelaar se había ganado un huequecito en la historia por su histriónica actuación. Y por no parar ningún penalti y aun así salir victorioso de una de las tandas más recordadas de la historia.