De egipcio, al jugador de la Roma apenas le queda el apellido. Su padre, un sicólogo de El Cairo, se estableció en el diminuto pueblo de Savona, al norte del país. Allí se enamoró con Lucía y engendraron en 1992 a un futbolista llamado a ser lo que no ha terminado de conseguir.
El Shaarawy, criado en Génova, apuntaba a futuro 'crack' del Milan. Hace seis años, muchas quinielas le daban el Golden Boy, el Balón de Oro Sub 21, pero Isco, en esplendorosa explosión con el Málaga, se lo arrebató. Pudo ser una curva en su carrera.
A sus 25 años, su fútbol parece estancado, o menos apoteósico que lo que llegó a demostrar de 'rossonero'. En la Roma, a la sombra de Dzeko y deseando que Ünder no lo adelante por la derecha, vive momentos de indefinición.
El ídolo actual
Salah, en cambio, no estaba llamado a ser todo lo que ahora posee y alumbra. Su irrupción tardía en el fútbol le ha permitido madurar a tiempo. Pura paradoja, pues ambos poseen la misma edad, aunque el reloj del 'red' se ve más vivo.
El de Bsyoun sí hizo vida y carrera en Egipto. Fromado en el modesto Mokawloon Al-Arab, el ruido que hizo en el Mundial Sub 20 y en los Juegos Olímpicos de 2012 le llevó a Basilea. Y cuando el Chelsea, enamorado tras el daño que le hizo en Champions, lo firmó, cambió su carrera.
No por el éxito en Stamford Bridge, que no llegó, sino por las dos cesiones a Italia, primero en la Fiorentina, luego en la Roma. En el Olímpico, durante un año, coincidió con su 'compatriota', al que dejó relegado al ocaso con números de figura.
Por ello pagó el Liverpool 42 millones de euros por él. Desde entonces, Salah sigue creciendo, y ya se le vincula a los clubes más grandes. A El Shaarawy se le continúa esperando.
Bandera del país
Dos egipcios, aunque un solo faraón. El delantero de la Roma se siente más italiano, mientras que el del Liverpool es portada de los periódicos egipcios casi a diario. Y ya no por sus goles, sino por erigirse en esperanza de un país muy golpeado en los últimos años por la política.
Por eso no hay jeroglífico posible: faraón hay uno solo; el otro tiene suficiente con no quedar embalsamado por el fútbol.