El fútbol es un deporte de masas odiado muchas veces por la cultura, pero al que cuesta resistirse. De la rudeza a la lírica hay sólo un pase de Messi de distancia (Messi, Maradona, Di Stefano, Zidane, Riquelme, Iniesta o el que gusten. Tanto monta...). La genialidad de muchos jugadores ha inspirado a las mejores plumas o los mejores lienzos. La cada vez mayor presencia de aquel hombre-masa que definía Ortega y Gasset en los campos de fútbol hace que se vayan perdiendo historias como la que viene a continuación.
Esa pérdida de valores de la que hablaba Verónica Boquete, máximo exponente del fútbol femenino nacional, y que ha cambiado por completo el contexto de un deporte que, pese a todo, mantiene un imán devastador para el ser humano, que disfruta de la sencillez celestial con la que un segundo en una baldosa puede convertirte en el ser más feliz de la tierra durante ese instante.
Si hay alguién que disfrutaría del surrealismo que suele rodear al fútbol hoy en día es Salvador Dalí. El artista español, fenómeno social a todos los niveles a lo largo del Siglo XX, era un gran aficionado al fútbol y al Barcelona en la sombra y desde su siempre extrovertida perspectiva. Pese a sus peculiares entrevistas, menospreciando incluso el talento de Cruyff o afirmando sin tapujos desconocer la Liga Española, ese genio surrealista se crió jugando al fútbol junto a uno de los mejores talentos que tuvo el conjunto azulgrana en su época.
Rememoraba hace tiempo Toni Cruz una historia desvelada por Petón sobre el talentoso pintor, escultor o escritor entre las múltiples facetas en las que destacó. Contaba la leyenda del boca a boca, que Dalí se crió siendo gran amigo de Samitier. Ese joven flacucho que se ponía de portero para jugar con sus amigos, demostró gran talento bajo palos, pero sus miras estaban puestas en otra parte.
La primera gran estrella del Barcelona... que acabó en el Madrid
La mente que Freud no pudo desgranar tenía otros caminos que recorrer. Aunque cuentan esas mismas fuentes que su talento estaba a la altura del mismísimo Zamora, Dalí no siguió el camino de su querido Samitier. Este acabó fichando aún en edad juvenil por el Barcelona, a cambio de un traje de chaqueta nuevo y un buen reloj. Tal cual. Ahí empezó la leyenda de la primera gran estrella que jugó en el Barcelona (y que también acabaría jugando para el Madrid). Apodado como el hombre langosta por su habilidad con el gol, se mantiene como el cuarto jugador que más goles ha marcado con la elástica azulgrana (detrás de Kubala, tercero, César Rodríguez, segundo, y un tal Leo Messi...).
Estrella en la plata española en los Juegos de Amberes, Samitier mantuvo siempre su buena amistad con Dalí, ese portero del barrio que le ayudó a convertirse en una de las primeras estrellas mediáticas que fabricó el fútbol español. Protagonista de películas o de anuncios publicitarios a todos los niveles. Tal fue su leyenda que goza de una calle con su nombre en Barcelona.
Un genio del balón que creció de la mano de otro genio, este de las artes plásticas, y que pudo llegar a serlo de la portería. Pero el gusto por el fútbol de Dalí no acabó con esa historia, pues estuvo vinculado con el Sant Andreu, club que ayudó a reflotar con un cuadro que llegaron a utilizar los futbolistas como aval para embargar al club. Posteriormente desapareció, siendo acusado Joan Gaspart de haberlo sustraído. Públicamente, se desligaba y restaba valor al hecho de haber salvado al modesto club catalán. En sus últimos años participó en el cartel del 75 aniversario del Barcelona y en el que anunciaba el estreno del nuevo Municipal de Figueres.
Dos virtuosos del Siglo XX. Dos patrimonios nacionales criados en Barcelona, mamando fútbol y soñando con el Camp Nou y con lo que quiera que soñara un Dalí que, desde su punto surrealista, amó al fútbol como a todas las cosas.