En 1918, la rivalidad entre Betis y Sevilla era idéntica a la que hoy en día conocemos. La diferencia, notable sin lugar a dudas, es que en aquel tiempo la Gran Guerra estaba cerca de culminar. En el Betis actuaban un buen número de jugadores que realizaban a su vez el servicio militar. Lo que ocurrió el 10 de marzo de aquel año ocupó un hueco para siempre en la historia.
En primer lugar, toca asentar los antecedentes al partido en cuestión. La Copa del Rey no se conocía como tal, disputándose entonces el llamado Campeonato de España. A él acudían los campeones regionales, dominando en Andalucía casi con rotundidad el Sevilla. A eliminatoria directa, el Betis fue rival sevillista.
El cruce tuvo que dirimirse en tres encuentros. En el primero, el Sevilla venció por 3-2; mientras que en la vuelta fue el Betis el que ganó por 3-1. Hoy en día hubiera pasado el Betis, pero en esos años no tenía valor la diferencia de goles, por lo que hubo que disputar un tercer encuentro.
Lo sustancioso aquí es que en el segundo choque tuvieron lugar lamentables hechos que acabaron con varios futbolistas agredidos -las crónicas de la época hablan de armas blancas-. "Poco después, otro espectador que nos dicen es operario de la pirotecnia se adelantó en el campo con una navaja en la mano y un palo, agrediendo al medio izquierda del equipo campeón", resumió entonces 'Crónica de Corane'.
Pues bien, en vista de los hechos el capitán general de Andalucía, José Ximénez de Sandoval, obligó a que ningún militar jugara el tercer partido. El Betis, plagado de hombres al servicio de la patria, se quedó prácticamente sin futbolistas.
En vista de las circunstancias, al cuadro verdiblanco no le quedó más remedio que acudir al definitivo choque con un equipo plagado de niños, de los cuales cinco terminaron expulsados. El Sevilla vapuleó a su rival, humillándolo por 22-0. La decisión militar se tomó como una estrategia sevillista, aunque lo único seguro es que dio pie a una goleada que difícilmente puedan olvidar ambas instituciones.