Samir Nasri forma parte de una de las generaciones más brillantes que prometía dar Francia, pero se acabó diluyendo hasta destruir su carrera, primero como internacional y después como futbolista de primer nivel.
Irrumpió en el Sevilla de Sampaoli con la rabia de aquel al que sabe que no le esperan. Brilló y lideró al equipo hasta los octavos de final de la Champions. Allí les esperaba el Leicester y allí fue donde se apagó definitivamente la vela de Nasri.
Su expulsión en el partido de vuelta acabó con la magia que había surgido desde su llegada. El sevillismo le culpó y Sampaoli no pudo recuperarle.
Desde entonces, desapareció de las alineaciones, casi de las convocatorias. El Sevilla se negó a quedarse con un futbolista que también había dejado de implicarse. Y empezó el mercadeo.
Nadie le quiere y el CIty ha optado por rebajar sus pretensiones para quitárselo de encima. Turquía le ha abierto la puerta, como a todos aquellos que un día tuvieron caché en Europa. El cementerio de elefantes del Bósforo espera con los brazos abiertos a un futbolista mayúsculo que no quiso triunfar.