Fundada en noviembre de 1723 y dedicada a Catalina I de Rusia, segunda esposa del emperador Pedro el Grande, la ciudad fue famosa por ser donde los bolcheviques ejecutaron a los últimos zares, la familia de Nicolás II, temiendo la posibilidad de que fueran rescatados por los contrarrevolucionarios.
Durante gran parte del Siglo XX, fue denominada Sverdlovsk, en honor al político soviético Yákov Sverdlov. Los nombres dedicados a la monarquía le producían sarpullidos a los bolcheviques. En 1991 recuperó su antiguo nombre, aunque el Óblast del cual es capital mantiene el nombre soviético de la ciudad.
En los años 20 experimentó un gran crecimiento industrial, y eso le valió ser elegida por el gobierno soviético para convertirse en el motor económico de los Urales.
Si Samara fue elegida como 'capital de reserva' por la URSS durante la Segunda Guerra Mundial, Sverdlovsk lo fue para trasladar toda la industria pesada que había entre Moscú y la frontera europea, para evitar su saqueo en caso de invasión.
La jugada fue sencillamente maestra. Más allá de los Urales, lejos de los bombardeos de la Lüftwaffe, la industria soviética siguió funcionando y eso permitió al Ejército Rojo pasar a la ofensiva, no sin la ayuda del siempre fiable 'General Invierno', claro.
La ciudad es también famosa por el Bólido de Cheliábinsk, el meteorito que se estrelló en aquella localidad rusa en 2013. Ekaterimburgo fue una de las ciudades por las que pasó, aunque no causó graves daños en la localidad. Muchos de los vídeos del meteorito cruzando los cielos rusos se grabaron desde aquí, a unos 200 kilómetros de la zona de impacto.
En lo deportivo, Ekaterimburgo es hogar del Ural, un veterano equipo que hacía uso del Estadio Central de la ciudad. Un estadio erigido en 1957, y que se ha mantenido en pie pese a la radical remodelación a la que fue sometido con motivo del Mundial.
Porque las obras han tratado de respetar las características que hacían a este estadio único, principalmente su monumental entrada, una fachada columnada.
Su reconstrucción se realizó en dos fases, y la última, entre 2015 y 2017, fue la que lanzó este estadio al escaparate mundial. Porque pese a ser un óvalo cubierto, los dos fondos están huecos.
Se dejaron sin tapar por una sorprendente razón, que fue instalada recientemente: dos imponentes gradas supletorias para que la capacidad del estadio alcance los 35.000 espectadores.
Las vistas desde lo más alto deben ser espectaculares, porque el aficionado estará suspendido en el vacío, sólo soportando su peso, y el de sus 4.000 compañeros.
El plan inicial era que fueran de hormigón, pero los retrasos llevaron a tomar esta decisión, que de paso permitirá que el aforo supere los 27.000 espectadores previstos cuando se desmonten al término del Mundial.
Como antes de la reforma, el Ural seguirá siendo el usuario habitual del campo, tratando de seguir en la élite rusa, y el campo será sede de cuatro partidos de la fase de grupos.