El Málaga sigue sumido en un agujero cada vez más oscuro. El halo de luz impulsado por Rolan ante el Athletic se esfumó con los errores de Rosales y Rolón en el Pizjuán. No es el Sevilla un equipo de esos que desaprovechan regalos y menos en Nervión. Los de Míchel llevaban la lección muy bien aprendida de casa y ni siquiera la lesión de Ricca perturbó a una defensa que forzó hasta 14 fueras de juego del rival. Poca broma.
Pero este Málaga dispara balas de fogueo y el Sevilla las tiene de verdad. Rolan fue una isla abandonada, como Adrián. Mula tiene toda la intención del mundo, pero siempre se acaba quedando corto. A Juanpi siempre le falta algo, y así sucesivamente. Y esa suma en Primera se paga. Como se pagan los errores de un Rosales que sigue culminando un inicio de temporada nefasto. El venezolano, que sufrió lo indecible con Correa y Escudero, acabó haciéndole penalti al argentino pasada la hora de partido.
Banega se plantó en los once metros y rompió el muro que tan concienzudamente había construido Míchel. Gran labor defensiva del Málaga pese a las bajas, hoy con Torres y Baysse en el eje de la zaga. Muriel caía una y otra vez en la tela de araña y en la firme línea del fuera de juego. El colombiano no daba con la tecla para descifrar el sistema defensivo de los blanquiazules.
Entregaron los visitantes el primer acto y lo salvaron sin problemas. Espoleados por cumplir la primera parte del plan, el Málaga salió mucho mejor en la segunda mitad. Se sucedieron ocasiones y se abrió el partido. Pero si las segundas partes son el acicate del Sevilla (8 de sus 9 goles han llegado en ese periodo), también son la kryptonita del rival (12 de los 16 goles encajados por los de Míchel fueron tras el descanso). El destino parecía escrito... Y Justo cuando todo estaba tornando de blanquiazul, llegó el penalti de Rosales. El 1-0 descolocó del todo a un equipo frágil a la hora de encajar golpes, sobre todo con la losa mental que supone sumar un punto de 18 (de 21 ya).
En un minuto, lío de Rolón y cabalgada a campo abierto de Muriel, que en ese escenario si es la víbora por la que el Sevilla pagó 20 millones de euros. Contra y remate ante Roberto, que llegó a tocar pero no lo suficiente.
El Sevilla había liquidado el encuentro en dos minutos. A Berizzo le habían salido las rotaciones y se marcha al parón con una sonrisa de oreja a oreja. Una mueca que hace tiempo que no se le ve a Míchel, ni casi a ningún jugador de un Málaga que tiró de orgullo en el tramo final y se topó un par de veces con David Soria.
En un cuerpo muy golpeado, el alma del Málaga sigue latiendo, pero con eso no le da. Y ha llegado el momento de preocuparse. Estos 15 días vienen como agua de mayo para encontrar soluciones a un proyecto que se encuentra en esa espiral del sumidero de la que muchos no logran salir. Y las inercias son muy peligrosas en esto del fútbol.