Parecía que nadie podía vencer a un club formado a base de talonario con el único objetivo de reinar en Europa. Una plantilla envidiable, un entrenador con crédito, instalaciones de lujo y un estadio imponente. El PSG lo tiene todo, pero, a veces, en el fútbol, suceden cosas totalmente inesperadas.
Nadie confiaba en que el Estrasburgo podría sacar si quiera un punto frente al PSG. Ni el propio Unai Emery, que dejó en el banquillo a dos auténticos pesos pesados: Cavani y Marco Verratti.
El PSG se mostró falto de paciencia, de alegría y de ganas de crear. Jugaron como autómatas, acostumbrados a ganar, pero sin la intención de hacerlo. Y, lo que no ocurrió ante equipos de la talla de Bayern de Múnich, Lyon, Marsella o Mónaco, ocurrió frente a un recién ascendido.