El gol de Knockaert al Everton pudo pasar desapercibido, pero no para él y los suyos. El francés ha ido superando golpe tras golpe en su carrera deportiva. Era el jugador a seguir en el Leicester hasta que Mahrez apareció y, además, tuvo que aprender a dejar atrás el repentino fallecimiento de su hermano y su padre.
Era 2014 cuando Knockaert capitaneaba a un Leicester que soñaba con ascender a la Premier, algo que tuvo en su mano. O mejor dicho, en sus pies. Aquel año, Leicester y Watford se cruzaron una la semifinal del 'play off' de ascenso y Knockaert pasó a la historia.
En el último minuto, el Leicester tuvo un penalti para clasificarse. Allí fue Knockaert, decidido a por el balón. Iba a ser el héroe, pero Almunia detuvo la pena máxima y, para colmo, el Watford anotó en el contraataque posterior.
El sueño se pospuso una temporada, pero Knockaert ya no era ni la sombra de lo que fue. Mahrez llegó, le quitó sus minutos y le 'obligó' a tomar la salida. Se marchó a Bélgica, donde tampoco cuajó, hasta que el Brighton se acordó de él.
Regreso al fútbol inglés en el verano de 2015, pero pocos meses después su padre falleció víctima de un cáncer repentino. Seis años antes, Knockaert tuvo que enterrar también a su hermano después de que éste sufriera un ataque al corazón.
"Ganamos mucho dinero, pero nada se compara con la vida. El sueño de mi padre era verme jugar como profesional, me dijo que jugaría contra los grandes. No puedo dejar de progresar para no decepcionarle", decía hace algunos meses el francés.
El Brighton subió (con 15 goles de Knockaert) y la Premier le recibió con los brazos abiertos. El atacante esperó su momento, el del gol con el que siempre soñó. Fue ante el Everton y Knockaert no pudo contener la emoción. Miró al cielo, se tocó el pecho en el que tiene a su progenitor tatuado y le dio la razón a su padre: la élite es para él.