El amor propio se tiene o no se tiene. Con la Rosaleda afilando silbatos, con Adrián en la diana y Míchel a las puertas del despido, el Málaga encontró una puerta a la esperanza que cambió por completo el escenario de un partido en el que pasó de todo. Dos goles en apenas tres minutos rescataron un partido perdido y evitaron un incendio. Seis derrotas consecutivas son demasiada gasolina hasta para la mejor de las aficiones.
El Athletic nunca fue mejor, pero cuenta con dos futbolistas cuyo talento supera por mucho a lo que recopilaba el conjunto local sobre el campo. Muniain quería jugar y en la primera que tuvo bailó con Luis Hernández para sacarle un penalti que Aduriz convirtió en obra de arte para batir a Roberto y poner el 0-1.
El gol atrajo a los nervios y el Málaga tardó en reconectarse al partido. Cuando lo hizo, apabulló a un Athletic que no estaba muy por la labor. En una de esas, Rolan agarró en la izquierda una pelota que quemaba cada vez más. Encaró, se perfiló y se la puso imposible a Kepa con una rosca maravillosa.
Entre tanta neblina, la que genera estar cinco partidos sin puntuar en un inicio de temporada, el uruguayo irrumpió como sólo saben hacerlo los héroes. Se echó el equipo a la espalda, y fue el futbolista más peligroso del Málaga de todo lo que va de curso.
El descanso llegó en el mejor momento posible para un Athletic que se había salvado de la remontada gracias a Kepa. La charla de Ziganda no arregló mucho, porque el guión se mantuvo en los primeros compases del segundo acto.
Hasta que llegó una de las acciones clave del partido. Posible falta sobre Kuzmanovic que no pita el colegiado y gol visitante. Misil de Williams, al que no le importó estar escorado para dejar a Roberto haciendo la estatua.
Las consecuencias de la jugada no quedaron en el 1-2. Kuzmanovic, que venía caliente de la acción, le dio un cogotazo a Aduriz y protestó con tanta vehemencia que se ganó la segunda amarilla y la consecuente expulsión. Un partido al garete en cuestión de minutos. Y con la pesada losa que ya arrastraba este Málaga, el clima no tardó en incendiarse.
Que Williams hiciera el tercero en un error infantil de Luis Hernández no ayudó a calmar las aguas. El Málaga se hundió tras el tercer zarpazo del león. Herido, lleno de cicatrices y con el ánimo por los suelos, el partido parecía liquidado.
Del 1-3 a la locura
Míchel intentó mover el árbol en busca de soluciones. El estadio le recordó que uno de los cambios debió ser Adrián, señalado por muchos como el culpable de todos los males del equipo. No rinde, pero no es el único. Puede que hasta matara a Kennedy, quien sabe.
Con el partido visto para sentencia, el Athletic empezó a sestear. Declinó buscar el cuarto y le abrió una rendija a un Málaga que aún no sabe ni cómo se coló en el partido para arrancar su primer punto de la Liga. Primero Baysse, que metió la puntera para empujar una buena falta de Juanpi.
Instantes después, un balón larguísimo al área fue peleado por Bastón y recogido por Rolan, que tuvo tiempo hasta de despertar de la siesta a Lekue antes de batir a Kepa y desatar la locura en La Rosaleda. Nada cambia más los ánimos de la gente que un gol. Sirva como prueba lo vivido en La Rosaleda.
Rolan, el clavo ardiendo al que se agarra el malaguismo para creer que el desastre de este inicio sólo era un espejismo, tuvo el cuarto en el descuento. Pero, ya sin una molécula de oxígeno en el cuerpo, estrelló el mano a mano contra Kepa. Pudo ejecutar mejor, pero el charrúa ya había hecho su trabajo. Toda historia épica necesita un héroe y en Málaga son muchos ya los que llevaron sangre uruguaya. Algo hay en esa conexión que suele funcionar.
De fondo, un Athletic consciente de la victoria que acababa de dilapidar con un final de partido nefasto. Y el Málaga tan feliz. Lo que pintaba a tragedia acabó tornando en epopeya. La de un tal Diego Rolan.