A falta de cuatro jornadas para el final del campeonato, el Granada dice adiós a Primera. El descenso a los infiernos, el reencontrarse con su yo interior para intentar limpiar su espíritu interno y retomar el buen y adecuado sendero.
Sandro, con dos zapatazos, ajustició al conjunto nazarí, con sus jugadores hundidos sobre el terreno de juego tras el pitido final. La heroica era posible de haber ganado a su vecino, pero el equipo de Míchel no perdonó.
Todo lo contrario al Málaga. El cuadro blanquiazul se ha salvado matemáticamente al sumar su cuarta victoria en los últimos cinco partidos ligueros. Además, rompió la maldición de Los Cármenes, estadio en el que no había vencido en sus cinco últimas visitas (un empate y cuatro derrotas).
La primera mitad fue dominio absoluto del Málaga. Sandro, volviendo locos a los dos centrales, y Keko, todo un puñal por banda, desquiciaron a Tony Adams. El técnico inglés suma tres derrotas en sus tres partidos en el banquillo andaluz.
Ochoa fue el mejor del Granada. Apareció el mexicano hasta en tres ocasiones vitales. Primero sacó una mano salvadora a Camacho, minutos más tarde atajó un disparo de Recio, y posteriormente, desvió un centro-chut de Keko a saque de esquina. El asedio era constante.
Sandro, al cuadrado
Tras la reanudación, apareció el de siempre, Sandro. El canario inmortalizó sus tres disparos. Dos de ellos al fondo de la red y otro al palo. El ex del Barcelona es el auténtico héroe de este equipo. Con sus 12 goles en Liga, a pesar de estar lesionado un tiempo, ha combatido contra viento y marea, derribando a gigantes con su pegada.
El primer gol llegó con derechazo desde la frontal después de que Keko se la dejase, y el segundo se coló en el descuento, cuando el partido no tenía más historia que el pitido final. Míchel cambió la mentalidad de este equipo y lo ha curtido de una mayor responsabilidad y madurez.
En todo el partido, el Granada sólo tuvo un claro disparo de Khrin, ante el que Kameni se lució con una mano abajo. Tony Adams dijo a su llegada que iba a ganar los siete partidos que le restaban, de momento, ni un punto.
El cuadro nazarí perdió su último tren hacia la gloria, hacia la esperanza. El equipo ya huele el humo, el fuego del infierno que es la dura Segunda División. Sin creencia, sin confianza, los objetivos no se consiguen, y el Granada, por desgracia, es todo lo contrario.