Nacido el 24 de febrero de 1918 en Bietigheim, en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, aunque por aquel entonces era conocida como Gran Guerra porque nadie esperaba que la Segunda fuera a dejarla en una reyerta de patio de colegio, el joven Augusta Klinger destacó por su habilidad para el fútbol.
Un talento que no era del gusto de su familia, que prefería que se dedicase a otras labores, como la banca, pero que terminó por abrir los ojos a su autoritario padre. El fútbol empezaba a ser el deporte rey, las Copas del Mundo comenzaban a disputarse.
Su paso por el FC Daxlanden de Karlsruhe fue épico. En la temporada 1938-39, Klinger marcó 58 de los 65 goles de su equipo. Esa temporada le abrió las puertas de los mejores equipos de Alemania, pero él no quería abandonar a su equipo de toda la vida.
Rechazó incluso ofertas que le hubieran permitido jugar más allá de Alemania, algo que tenía prohibido por las suspicacias que levantaba su padre entre las autoridades nazis.
August se quedó en Karlsruhe, y jugando en el Daxlanden le llegó la llamada de la 'Mannschaft'. En 1939 hizo unas pruebas en Duisburgo, y en 1942 jugó sus únicos cinco partidos internacionales. El primero, contra Rumanía en agosto; el último, el 22 de noviembre, contra Checoslovaquia, con 'hat trick' suyo.
Sin embargo, su condición de futbolista no le permitió librarse de la guerra. Sí, sus destinos fueron más clementes que los de sus concuidadanos anónimos, y tuvo ciertos privilegios que otro soldado cualquiera jamás hubiera podido soñar, pero la llamada a filas fue inevitable.
Pasó por Dinamarca, Polonia y Francia, siempre lejos del frente, y siempre con permiso para jugar con los clubes locales para no perder la forma. De hecho, en la Francia ocupada un club le ofreció un contrato para unirse a ellos tras la guerra, del que empezaría a cobrar tras su firma, pero Klinger lo rechazó. No sería honorable, y podía ser herido en batalla. O eso dicen.
Sepp Herberger, el seleccionador nacional por aquel entonces, comenzó a perderle la pista a sus muchachos. El hombre que hizo debutar a Klinger ante Rumanía, y que luego llevaría a la 'Mannschaft' a su primer Mundial en 1954, veía como el sueño del III Reich se hacía pedazos poco a poco.
Los partidos internacionales de 1943 se cancelaron. La derrota alemana en Stalingrado en febrero de ese año cambió las tornas de la guerra. Alemania pasó de llevar la iniciativa a emprender una retirada constante, y el frente se acercaba cada día más a las fronteras alemanas.
Klinger se libró de ir al frente, gracias a Hermann Graf, un 'as' de la Luftwaffe y un fanático del fútbol al que una lesión privó de convertirse en profesional.
Graf fromó un equipo de jugadores-soldados, los Rote Jäger, los Cazadores Rojos, que dio cobijo a gran parte de los hombres de Herberger. Pero Graf resultó gravemente herido en marzo de 1944, y en junio ocurrió lo que nadie esperaba: los aliados desembarcaron en Francia.
Alemania estaba atrapada en tres frentes: el francés, el italiano y el ruso. Para colmo, la Unión Soviética lanzó una gran ofensiva sobre Rumanía en julio de 1944, y en ese momento los privilegios de Klinger se esfumaron.
Pasó a ser uno más. Su división fue enviada a Chisinau, actual capital de Moldavia, pero entonces parte de la provincia rumana de Besarabia. El sargento Klinger envió una última carta a su esposa Erna en julio de 1944, y el Frente Oriental se lo tragó.
Nunca más se supo de él. Alemania no detuvo la ofensiva soviética, y pagó un altísimo precio en la denominada Ofensiva Leópolis-Sandomierz: 190.000 muertos y heridos y 82.000 prisioneros de guerra.
Cuando semanas más tarde el OKH (el Alto Mando alemán) contactó con su esposa, fue para decirle que su marido había desaparecido en combate.
Terminó la guerra en Europa casi un año más tarde. Erna y su hijo Harald trataron de forma infructuosa de encontrar algún rastro de August. No apareció. No se sabe si fue uno de los casi 200.000 fallecidos o heridos, o si fue capturado y enviado a un campo de prisioneros. El Telón de Acero no ayudó.
El 15 de abril de 1958 se inauguró en Karlsruhe el August-Klinger Stadion, el nuevo campo donde el Daxlanden jugaría sus partidos de entonces en adelante, en memoria de su gran entrella cuya carrera fue devorada por la guerra.